Los gitanos del swing de Barcelona, 1944

Sep 23, 2020 | Música, Reportajes

 Cristian El Grasas 6 enero, 2019 REPORTAJES

La raza de bronce que salvó a la música moderna a ritmo de swing

El 1 de abril de 1939 se daba por
finalizada la guerra civil en España. Era el comienzo de lo que sería una dilatada dictadura que duraría 39 largos años, el comienzo de un periodo de posguerra protagonizado por la violencia en el ámbito político, la esterilidad económica y la represión de cualquier manifestación cultural opuesta al dictamen del régimen.

Tres meses antes las tropas franquistas ocupaban Barcelona. Se ponía fin a la leyenda del Barrio Chino y comenzaba una campaña moralizadora que tendría como objetivo el asedio a salones de baile y espectáculos de música moderna.

En 1943 se hacía oficial un comunicado firmado por el Delegado Nacional de Propaganda donde el jazz quedaba reducido al calificativo de arte degenerado, animal y alejado de las viriles características raciales nacionales. 

Lo que nunca imaginó Franco es que bajo su estimada autarquía se desarrollara una de las etapas más auténticas y vibrantes de la música moderna, y mucho menos que sus protagonistas fueran a ser un grupo de gitanos conocidos como Los Pollos del Swing, los swinggers de tupé retador que revolucionaron el salón Amaya de Barcelona.

LOS POLLOS DEL SWING

El Sardineta, el Melenas, el Patillas, el Tau, el Coqui, Batista y el Polla

Dicen que las canciones son el reflejo de una época, reflejo de su alma, que son testigos directos de su tiempo, vínculos de difusión y generadores de realidad, parte de la memoria colectiva. Son en definitiva el entresijo del estado anímico de la realidad social de un país. Incluso las canciones sin leyenda también están ahí. Simplemente hay que buscar, buscar mucho. Este es el caso de la música moderna en España, un movimiento que apenas se conoce y que si se compara con otros países como Francia, Inglaterra o Estados Unidos carece de investigación.

La música moderna tuvo en España un impacto similar al de otros países europeos, y en el año 1944 un arsenal de músicos de todo tipo continuaba haciendo las delicias del público en las salas de baile.
Existían salas de diferente categoría y de distintos estilos musicales. Los había sofisticados y elegantes así como familiares y antropológicos. Y de la misma manera, existían dentro de la música moderna diferentes registros que satisfacían las distintas necesidades del público.

 

En Barcelona, «por encima del acaramelado tono general de la música que imperaba en la mayoría de los locales de diversión, un salón de baile se empezaba a convertir en el punto de encuentro de la mayoría de amantes del swing; se trataba del moderno salón Amaya. Situado en pleno corazón del popular Paralelo, su ambiente era familiar y en absoluto sofisticado, y su perfil el del típico salón de baile de barrio. Por la tarde abría a las 5:30 y por la noche a las 10:15. Un horario nocturno que difería de los salones elegantes del centro de la ciudad.»*

En el Amaya el ambiente estaba contagiado de música hot, de un cierto aire fresco que gustaba a los jóvenes.  Las actuaciones de Raúl Abril y sus Melodians, José Ribalta y sus Muchachos o el Conjunto Virginia y Federico Masmitjá y su Ritmo, ambientaban las noches a base de improvisaciones que se mantenían en las antípodas de las correctas y dulces sesiones melódicas de otros salones de la ciudad. Y en poco tiempo el público lo apodó El Palacio de la Música Moderna.

 El salón Amaya abrió sus puerta en los números 106-108 de Paral.lel del año 1943 a 1949

«En el salón Amaya era donde se congregaban Los Pollos del Swing: pelo abundante y untoso, chaqueta de hilo, camisa de cuello largo, corbata a rayas, pantalón por encima del tobillo, zapatos de suela de corcho… Y del brazo su chica swing: falda acampanada justo por debajo de la rodilla y zapatos modelo topolino, con suela en plataforma de una sola pieza, de entre uno y dos centímetros de grosor en la puntera y 8 ó 9 en el extremo del talón.

En el interior, la sala hervía como una caldera al ritmo de «Vuelve el bugui bugui», composición de Antonio Vilás, el pianista y trompetista del renovado Conjunto Virginia…, mientras en los rincones dormitaban no pocas madres que acompañaban a sus hijas al baile intentando evitar que fueran presa del fogoso ímpetu de algún que otro pollo del swing.»*

Que el jazz era la música del diablo era un mito creado, pero a efectos prácticos y dado el contexto de imponente orden, desde luego que era la música que el régimen repugnaba. Así era y así fue. Desde el comienzo de la dictadura en España la música moderna estuvo considerada como un arte degenerado que violaba todos los órganos de la buena moral.
El hecho de que a mediados de los cuarenta el jazz proliferara a relentí en ciudades como Madrid, Barcelona o San Sebastián quizá se debió en gran medida a la victoria de los aliados en la Segunda Guerra Mundial. Esto no deja de ser una conjetura, pero lo cierto es que a partir de 1945, y a regañadientes por parte de la dictadura, la vida nocturna de la ciudad comenzaba a animarse con la apertura de nuevos salones de baile.

 Comunicado de la Delegado Nacional de Propaganda contra el jazz 

El circuito de salas de baile en Barcelona no se reducía en absoluto al salón Amaya, existían muchos y diversos. Estaban El Club Trébol, el salón Emporium, el teatro Olimpia, el salón de baile Apolo o el salón Casa Blanca entre otros. Y músicos y bandas se multiplicaban por doquier. Antonio Machín, Los Trashumantes, José Valero, Rovira y su Orquesta, Quinteto Nocturnos, José Ribalta y sus Muchachos, Los Rapsodas, Bonet de San Pedro, Orquesta Gran Casino o Los Clippers son algunos ejemplos.

La oferta musical de Barcelona ofrecía la posibilidad de disfrutar de un abanico de géneros y bandas interesante, pero lo cierto es que durante un tiempo, el tiempo que duró el salón Amaya, quien buscaba un ambiente jovial, divertido y buena música terminaba por acudir a él, el local de moda. Allíse daban diferentes estilos, pero era el swing sin duda algunala música que sonaba con más energía.

«Las noches del Amaya llegaron a ser la atracción más trepidante de Barcelona. Toda la ciudad estaba sometida al imperio del swing. Si los populares salones de baile Apolo, Metropolitano y Rialto eran sus iglesias, el Amaya tenía honores de Basílica, tanto por las dimensiones de la sala como el fervor que distinguía a su clientela. Al final, el swing, en su faceta más rítmica y a pesar de las voces adversas, había impuesto su contagiosa vitalidad, aquí y en toda Europa, al igual que en 1926 se impuso el Charlestón con todas las resonancias de Harlem y con las mismas críticas de quienes protestaron por lo alocado de su ritmo.»*

LOS POLLOS DEL SWING

Las estrellas de los concursos de baile

Todos los jueves se celebraban en el salón Amaya concursos de swing. El baile se alargaba hasta bien entrada la madrugada a cargo de la orquesta Ribalta y sus muchachos y su popularidad aumentó como la espuma.  «Muchos de los mejores bailarinies que allí se congregaban eran
gitanos que vivían o frecuentaban el área de Paralelo. Su lugar habitual de reunión era el bar La Cubana, justo al lado del Amaya. Los más populares eran el Sardineta, el Melenas, el Patillas, el Tau, el Coqui, Batista y el Polla.
Gitanos vestidos según los cánones del swing: tupé retador, interminable cuello de camisa, chaqueta larga y pantalón que apenas llegaba a los tobillos.

Entre los que no pertenecían a la raza calé pero fomaban parte del grupo, estaban Fredy, el Parra, el Sastre, Quique y el Lleó. También entre sus parejas femeninas hubo chicas que se hicieron muy populares, como Blanca, la Bacilo y la Queca. En general, a todos se les conocía con el apelativo de los gitanos del swing y eran los héroes de la casa.  Para ellos iba la admiración del público y los mejores aplausos. De las numerosas parejas existentes, las mejores
eran las formadas por Quique y Blanca y por Queca y Tau.

Entre todos impusieron su forma acrobática y excéntrica de bailar, que se conoció con el nombre de estilo Amaya, una manera distinta, mucho más atrevida y con una intensidad rítmica que superaba con mucho a cómo se bailaba el swing en otros locales de la ciudad. Noches de esplendor y de sorpresa para los famosos, incapaces de entender la nueva época.

Barcelona demostró que seguía estando a la vanguardia de las modernas tendencias musicales, y en este sentido la popular revista Ritmo y Melodía se hacía eco de las palabras del escritor Mariano Rodríguez de Rivas en uno de los periódicos de la capital española: según él éramos el pueblo que mejor había adoptado los nuevos ritmos modernos y se mostraba sorprendido, sobre todo, por el desenfado con que los habían asimilado en el Amaya, algo que en Madrid era impensable.»*

La afinidad de la raza de bronce por el swing era más que palpable. No fueron simples aficionados, sino los responsables de otorgar toda la vitalidad y frescura que necesitaba el baile moderno para estar a la altura de la vanguardia europea y americana. Su sangre gitana se hacía
notar en las ganas de bailar y fueron quienes pusieron de moda en Barcelona el estilo jitterburg, un baile acrobático y enérgico evolucionado del boogie-woogie de Estados Unidos.

Fue al ritmo del swing y del endiablado baile de los pollo como en Barcelona se hizo posible vencer al aburrido y decrépito espíritu de la música comercial. El baile desenfrenado y acrobático se puso en boga entre los jóvenes, quienes cada vez acudían más interesados por esta
moda al salón Amaya. Era la sensación y obtuvo, cómo no, la crítica del sector más acaramelado, que aprovechaba las figuras desafortunadas de bailarines nóveles para desacreditar aquello. Pero la realidad era que en en Salón Amaya era necesario «entre swing y swing tocar dulzonas melodías que permitiesen secar las sudorosas frentes, cobrar alientos,
despojarse a veces de cuello y corbata, para al cabo de dos minutos volver a sumirse, con nuevos ánimos, en el infierno hot.»*

La canción que acompaña este artículo ha sido elegida por Marciano Pizarro, el conductor del popular programa de radio Melodías Pizarras, de RTVE. Una canción que refleja el espíritu de la época y con la que Los Pollos del Swing volarían como diablos en la pista de baile del Salón Amaya.

*Todas las citas extraídas del libro de Jazz en Barcelona 1920-1965. Jordi Pujol Baulenas.

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